Una sorprendente fotografía mostró cómo cuatro reos de una cárcel de máxima seguridad de El Salvador escondieron en sus intestinos celulares, nueve chips y un cargador. Éstas son algunas de las nuevas estrategias que los líderes de las violentas pandillas centroamericanas llamadas maras están usando para seguir aterrando a la población, incluso desde el encierro.
Tras recibir una información de un arriesgado soplón, la policía salvadoreña comenzó hace seis semanas una exhaustiva revisión a los reos de la cárcel de máxima seguridad de Zacatecoluca. Los resultados no dejaron a nadie indiferente. El director penal, Ramón Arévalo, explicó que cuatro prisioneros se introdujeron los aparatos -envueltos en plástico- “vía anal hasta llegar a los intestinos”. Según el funcionario, los teléfonos sólo pudieron ser detectados mediante rayos X.
Arévalo, quien mostró a la prensa las radiografías, dijo que el material incautado fue entregado a la policía para que siga las investigaciones, pues se sospecha que otros reos también poseen teléfonos ayudados por guardias.
A pesar de que la situación puede ser considerada como pintoresca, para las autoridades del país es una pesadilla, ya que los presos que tenían dichos accesorios, los ocupaban para coordinar delitos del recinto penitenciario y son los miembros de la temida Mara Salvatrucha (MS), considerada como una de las pandillas más peligrosas del país.
El hallazgo ocurrió en momentos en que empresarios y comerciantes de la nación denunciaron una serie de extorsiones por parte de pandilleros.
Pero no sólo El Salvador ha visto los ataques de las maras. En Honduras, Guatemala, México y Estados Unidos la violencia pandillera no da tregua.
En México, por ejemplo, jueces de la localidad de Chiapas, que llevan casos contra miembros de una mara local, han sido amenazados para que modifiquen sus resoluciones condenatorias. De hecho, toda autoridad que ha querido establecer leyes antimaras en ese país ha sido amenazada de muerte, por lo que se ha convertido en un verdadero desafío detener sus ataques.
De acuerdo con informaciones que maneja el FBI estadounidense, al menos 300 mil jóvenes pertenecen a estos grupos, que han sido considerados por dicha institución como la manifestación del crimen organizado más violenta en América e incluso se les ha vinculado con otras organizaciones tan peligrosas como el cartel de la droga de Juárez y el mismísimo Al Qaeda.
VIOLENCIA A FLOR DE PIEL
La génesis de las maras se remonta a 1980 en Los Angeles, EEUU, cuando los inmigrantes centroamericanos deciden organizarse con el fin de defenderse de pandilleros de otros grupos étnicos.
Los integrantes originales eran principalmente salvadoreños que huían de la guerra civil, eran las víctimas de la represión de los ’80 (ex policías y ex militares) o simplemente escapaban de la falta de oportunidades laborales o de educación.
En forma casi simultánea aparecen las maras 13 y 18, por los nombres de las calles donde se reunían, ambas crearon su propio lenguaje corporal y simbólico.
La importancia que tomaron estos grupos en la vida de los jóvenes inmigrantes los llevó a tatuarse y vestirse de la misma forma. Siempre portan armas de fuego, y las edades de los integrantes fluctúan entre los 8 y los 30 años.
Para entrar en estos grupos existen diferentes ritos de iniciación. Uno de ellos es matar a alguien, de preferencia un enemigo o un policía. Otro rito de iniciación consiste en que el candidato debe soportar una brutal golpiza propinada por los miembros más altos en jerarquía de la mara a la que aspira. Si sobrevive a la golpiza es integrado al grupo.
Una de las pandillas más temida es la Mara Salvatrucha, que nació como agrupación de ayuda mutua ante el desempleo, la pobreza, la marginación y miseria en que viven, y está integrada por salvadoreños que volvieron a su país luego de vivir en Estados Unidos.
El riesgo social en el que viven estos retornados los convierten en el blanco perfecto para el crimen organizado que les encarga de manera directa e indirecta sus acciones delictivas.
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